viernes, 21 de agosto de 2015

La cosa de la equidistancia




Llega a mis manos un librito (de tamaño es medio gordo, pero su contenido y su rigor me invitan al diminutivo) intitulado La Guerra Civil como moda literaria, publicado por Clave intelectual y firmado por un señor llamado David Becerra Mayor, doctor en Literatura Española y (según su currículum) responsable de la Sección de Estética y Literatura, las mayúsculas son todas suyas, de la Fundación de Investigaciones Marxistas. Llega a mis manos porque me lo manda la editorial, sin nota alguna, por lo que no puedo descifrar con qué intención, y tampoco me pondré a adivinarla.




Hojeo el índice y topo con un tema que me interesa, el de la teoría de la equidistancia. Leo y, qué casualidad, como suele pasarme, donde pongo el ojo pongo la bala, o mejor dicho el balazo que el autor, echando mano de cita ajena, tiene a bien infligir al que suscribe. Vaya por Dios, pienso, uno que va por la vida viviendo y dejando vivir, escribiendo y dejando escribir, pensando y dejando pensar, y van y me buscan, en mi propia casa, en esta ociosa tarde de agosto.

El balazo está transcrito de un ensayo del historiador de querencia republicana Francisco Espinosa, y lo de querencia republicana no lo digo con ningún retintín porque yo también la tengo. Tampoco lo de historiador, porque leí con interés su libro sobre la llamada Columna de la Muerte que conquistó Extremadura en la Guerra Civil, muy sesgado ideológicamente, pero con un estimable trabajo de investigación detrás. Un trabajo que además me sirvió, entre otros textos, como soporte histórico para escribir cierta novela hace una década larga, y así lo agradecí en sus últimas páginas.

El ensayo, de 2005, viene a ser una reacción a las teorías revisionistas de Pío Moa, junto al que, sin comerlo ni beberlo, me alinea a partir de un par de frases de una entrevista de prensa que interpreta como mejor le parece, se ve que ya venía con el alfanje desenvainado y echó mano de lo primero que le vino bien.






 Transcribo, merece la pena:

“El historiador Francisco Espinosa Maestre, en su ensayo El fenómeno revisionista o los fantasmas de la derecha, donde desmonta las teorías construidas por la historiografía revisionista actual sobre la Guerra Civil, saca a colación el modo en que la teoría de la equidistancia es empleada por Lorenzo Silva, autor de Carta blanca, cuando el novelista, dice, en relación con la ocupación de Badajoz, que su obra “refleja el heroísmo y la infamia de los dos bandos. Los republicanos fusilaron por ejemplo, a jubilados; y la represión nacional fue inhumana, pero entre sus filas hubo quien se jugó el tipo”. Ante una proposición de este tipo, Espinosa Maestre no puede sino apuntar:

Ahora resulta que los republicanos fusilaron a jubilados y que los fascistas se jugaron el tipo. Y ya como colofón, y tras decir que en el palacio de congresos que se ha construido en lo que fue la plaza de toros de Badajoz, “convendría que haya un recuerdo de lo que significó aquello”, Silva el ecuánime repite: “También vi que en el baluarte de la Trinidad hay un monumento a los héroes de la Legión. Esto está bien porque fue gente que se dejó el pellejo; pero cabría colocar otro monumento a los carabineros que lucharon por la República en la ciudad”. Parece que no importa nada que unos se dejaran el pellejo defendiendo la democracia y otros el fascismo. Por lo visto el tiempo todo lo iguala. Por esta regla de tres Europa estaría cuajada de monumentos a los nazis que se dejaron el pellejo”.

Hecha la cita, el sumarísimo juez Becerra, sin más contraste, ni más fuente que unas declaraciones de prensa descontextualizadas, despacha a un servidor al montón de los que equiparan, y cito, “a un gobierno legítimo y a los golpistas que atentan contra su legalidad”. Ecuación que no sólo nunca he hecho, sino a la que una y otra vez me he opuesto en público (aquí tiene una muestra, de una fuente que le merecerá crédito a nuestro doctor); en especial, a las maniobras de reescritura de la historia de ese Pío Moa al que con tanto donaire se me asimila.






Uno no espera que un doctor en Literatura (con mayúscula) que va a juzgar a un escritor rastree sus pronunciamientos públicos, por sencillo que esto sea en la era de Internet. Pero no estaría de más que se leyera el libro que se cita como muestra de esa supuesta equidistancia reprobable. Pase que no lo haga un historiador, y se agarre a unas declaraciones de prensa (mal transcritas, además, como suele suceder: siempre tuve buen cuidado de no hablar de republicanos, sino de los milicianos comunistas que, sí, lo lamento, llegaron a Badajoz antes de la caída de la ciudad y se dedicaron a “pasear” a militares jubilados, hay fuentes fiables que lo corroboran). Pero en un doctor de Literatura, me resulta tan pasmoso como que su editor se permita enviarme el panfleto en el que vierte su sentencia lapidaria.

Y es que, si hubiera leído el libro, se encontraría con esta muestra de equidistancia:

“No me gustan estos aventureros inmorales que tenemos entre nosotros, pero mucho menos me gusta ese carnicero impasible de Franco. Una vez, por la torpeza de la juventud, me tocó estar a sus órdenes. Y después de eso, ya sé que mi sitio sólo puede estar en el lado contrario del suyo”. 

(Carta blanca, Booket, 2013, pág. 316)

Es decir, incluso enfrentado a lo peor de quienes defendían la República (o su propia agenda revolucionaria, no vamos a entrar en esas distinciones), encarnado en ese pasaje de la novela por un grupo de matones que sin haberse batido en el frente intentan provocar a su amigo, oficial de carabineros y republicano leal, el protagonista de mi novela hace profesión de su oposición sin fisuras a la rebelión militar, lucha en la que por añadidura acabará dejándose la vida.

Otra cosa es que al señor Becerra le moleste que se recuerde que del lado de sus correligionarios hubo abusos y crímenes, o que del contrario también hubo quien se dejó la vida, hecho extremo que para mí, también lo siento, siempre merece un respeto, aunque no comulgue, como disto mucho de comulgar en este caso, con las ideas que llevan al individuo en cuestión al sacrificio.

A este respecto, y sobre la ironía con que se cierra la cita de Espinosa, le recomiendo que viaje por Europa, por ejemplo a Normandía, donde podrá ver, perfectamente cuidados, atendidos y respetados, los cementerios y monumentos que recuerdan la inmolación de miles de jóvenes alemanes alistados en las filas de la división SS Hitlerjugend. Allí están todos, recordados con su nombre y su grado correspondiente. Y sólo un obtuso puede creer que esa memoria de su sacrificio supone el menor respaldo a los propósitos y las ideas de quienes los enviaron al matadero.

Postdata del 24 de agosto: Me informan de la editorial, y me confirman mis colaboradores en la organización de Getafe Negro, que el envío del libro obedeció a la petición del equipo del festival, en tanto que el señor Becerra Mayor está invitado a participar en una de sus mesas. Eso aclara el porqué del envío, del que no era consciente, y creo que debo hacerlo constar para no dejar en injusto mal lugar a los editores. Por lo demás, me complace que en el festival que organizo participe alguien con quien estoy tan poco de acuerdo. Eso es la libertad, y no llenarse la boca con la palabra.





1 comentario:

Nel dijo...

Disculpe que introduzca un comentario aclaratorio que no guarda relación con este post, Sr. Silva, pero es que acabo de leer su acertado artículo en El Mundo, en el que hace una crítica de urgencia a algunas reacciones a la terrible imagen del cadáver de Aylan y quería apuntarle que el hermanito que sale con él en la foto que ilustra su texto (Galib,de cinco años), también falleció en esa trágica noche. Por cierto, es posible que alguien tenga la idea de que usted mantiene una posición "equidistante" también en este terrible asunto de la huida de decenas de miles de personas hacia Europa: es el sino de quienes no cumulgan (comulgamos) con ruedas de molino, seán éstas del color que sean. Saludos cordiales.