jueves, 16 de abril de 2009

Belgrado, primavera.




A veces, un lugar te sorprende por la espalda. Sucede cuando menos lo esperas, donde menos pensabas dejarte sorprender. Por alguna estúpida razón, había imaginado que Belgrado era una ciudad más de la mitad oriental de Europa. Después de conocer Viena, Praga, Budapest, Varsovia… Bueno, pues seamos sinceros, que no esperaba gran cosa de Belgrado, nada que ya no hubiera visto, hasta cierto punto. Así que me merezco lo que me ha pasado. Me ha subyugado, literalmente.



En primer lugar, dónde está la ciudad, en la confluencia entre el Sava y el Danubio, dos ríos impresionantes (sobre todo, para quien vive en un país de ríos de chichinabo) cuyas verdes riberas llenas de bosques se abrazan con los edificios de la ciudad en una envidiable combinación. En segundo lugar, un tiempo cálido y apacible, que invitaba a pasear y a sentarse por doquier. Y en tercer lugar, los belgradenses y las belgradenses (y aquí sí tiene sentido la distinción, mojigaterías no-sexistas aparte; como dice mi amigo Rafael Reig, no digo más). 



Gente dada a la calle, al caminar, al sol, a las terrazas. Gente que va sin prisa, que ríe con sorprendente frecuencia (¿quién dijo que los eslavos no eran afables?). Gente, en fin, que disfruta ostensiblemente de la vida.

 


No hay grandes atracciones arquitectónicas. Mejor: cuando uno lleva unas cuantas decenas de países y de miles de kilómetros, los monumentos obligatorios son una lata. Lo hermoso, venturosamente, es la ciudad misma. La gran arteria peatonal, Knez Mihailova, llena de gente que va y viene a todas horas. El maravilloso parque Kalemegdan, un remanso de paz verde encaramado a la colina de la antigua fortaleza de Belgrado, dominando la fastuosa unión de los dos inmensos ríos. 



Y todo tan lleno de luz, el aire tibio, el sol tan gratificante. Mis amables anfitrionas serbias, Bojana y Aleksandra, me advierten que he tenido suerte, que días atrás hacia frío, que en invierno llueve mucho y hay mucha niebla, y en verano hace demasiado calor, con la humedad de los ríos. Bueno, pues sí, será que he tenido suerte, que la fortuna ha dispuesto para mi encuentro con Belgrado el momento justo. También eso ha de significar algo. Estoy seguro de que voy a volver. No sé si las fotos hacen justicia. Sólo llevaba mi Nokia E71 para captarlas. Cumple noblemente, pero es un teléfono, no una cámara de fotos… Abrazos serbios a todos. Creo que pondré algo más sobre Belgrado. Me va a costar evitarlo.

4 comentarios:

la rosa separada dijo...

Cuando la gente me pregunta por qué Lorenzo Silva es mi escritor por excelencia a veces me voy por las ramas. Sin embargo, hoy si me lo preguntase sabría perfectamente que decir: él no describe, él me hace viajar.

Estoy enamorada de Varsovia y aún no he pisado suelo polaco.

Un gran saludo Don Lorezo.

la rosa separada dijo...

Ahora comienzo a enamorarme de Belgrado.

Espero mucho más de esta ciudad y sé que tú nos lo puedes dar...

Samantha Keyela dijo...

Nada que ver entre uno y otro, pero tus notas sobre Belgrado me han hecho pensar en mi amado y triste Handke.

Abrazos

Orl

Silva, Lorenzo dijo...

Gracias, rosa, eres un encanto.

Gracias también a ti, Sammy, por recordar a Handke. También yo lo he recordado, paseando por Belgrado.

Abrazos
Lorenzo